jueves, 11 de agosto de 2011

Mitos Urbanos sobre la Manzana de las Luces



El subsuelo de Buenos Aires sigue dando sorpresas: hay desde aljibes hasta grutas de estilo renacentista; los arqueólogos urbanos intentan resolver los misterios que esconde la ciudad
Mucho se ha dicho sobre el subsuelo de la ciudad de Buenos Aires. Desde que esconde una red de túneles donde los jesuitas realizaban cruentas sesiones de tortura o una red pensada para el contrabando y para permitir el escape de algún gobernante de turno, hasta que oculta enormes tesoros escondidos durante el Virreinato...
Lo cierto es que, cada tanto, el suelo de una plaza se hunde y deja al descubierto extrañas construcciones subterráneas, y a veces lo mismo ocurre cuando una excavadora abre en la tierra para levantar un futuro rascacielos. Entonces, resulta evidente que el subsuelo porteño alberga algo más que cañerías, cloacas o playas de estacionamiento.
Y para resolver ese enigma trabajan arqueólogos urbanos, como Daniel Schávelzon: "Quien alguna vez pensó, imaginó u oyó que Buenos Aires tenía una red de túneles subterráneos siempre lo atribuyó a actividades oscuras, como el contrabando", comenta el fundador del Centro de Arqueología Urbana de la Universidad de Buenos Aires y autor de Túneles de Buenos Aires. Historias, mitos y verdades del subsuelo porteño (Sudamericana, 2005), donde da por tierra con leyendas centenarias.
También saca a la luz curiosidades como casas con pasillos bajo tierra para que entrara la servidumbre en otras épocas, grutas artificiales que pretendían imitar el estilo renacentista europeo o el búnker que Perón construyó para estar a salvo de un eventual ataque (ver "El búnker de Juan D. Perón"). En diálogo con La Nación, Schávelzon da un panorama de lo que más de veinte años de arqueología urbana le han enseñado sobre el subsuelo porteño.
Una red inconclusa
"Las distintas leyendas sobre los túneles de la ciudad de Buenos Aires han ido cambiando con los años —dice, sentado en el patio de su casa en el barrio porteño de Núñez—. Hasta fines del siglo XIX eran sitios oscuros y tenebrosos, utilizados por los jesuitas para torturar, castigar y guardar enormes tesoros.
"A comienzos del siglo XX, el movimiento hispanista da vuelta la historia: los jesuitas eran arquitectos buenos que quisieron ayudar a evacuar a la ciudad en caso de ataque -continúa-. En la década del 60, con las preocupaciones de la izquierda sobre el rol de la economía para explicar los hechos históricos, transforman a los túneles en conductos utilizados para el contrabando."
—Pero, ¿existe una red de túneles construida por los jesuitas?
—A comienzos del siglo XVIII hubo un proyecto de crear un sistema defensivo de la ciudad, en el cual participaron los jesuitas, que eran los únicos que contaban con arquitectos y constructores para hacer una obra de ese tipo. Su finalidad, creemos, era unir edificios importantes y permitir el escape, según el sistema clásico europeo de defensa. Pero no se pudo materializar en un complejo y por eso lo que quedó son sólo fragmentos debajo de edificios públicos. El centro habría estado en la Manzana de las Luces. Esta red iría hasta el Cabildo, a la Catedral, y desconozco si se extendía al Fuerte, porque nunca hemos encontrado nada. Pero no hay nada conectado, son fragmentos totalmente aislados.
—En las invasiones inglesas, ¿se cavó un túnel para colocar explosivos debajo de las tropas inglesas?
—Sabemos que a dos militares españoles se les ocurrió empezar a hacer un túnel desde uno de los túneles que estaban debajo de la Manzana de las Luces para llegar hasta la Ranchería, cruzando la calle, que ahí es donde estaban los soldados ingleses. Empezaron a cavar, pero no era tan fácil hacer el túnel y, antes de que terminaran, los ingleses se rindieron. Lo único que quedó es un tramo que nunca se usó y se conserva debajo del Colegio Nacional de Buenos Aires.
El Tercero del Sur
Aunque el primer túnel de Buenos Aires lo hizo en 1661 un ladrón que ingresó clandestinamente al Fuerte y robó una caja fuerte de madera, lo cierto es que buena parte de las obras que cruzan el subsuelo porteño tienen usos más cotidianos. La primera, quizá, sea un silo excavado en 1667 en el Fuerte del Buenos Aires colonial, con una cisterna de 6,5 metros de altura: "Muchas de las antiguas construcciones subterráneas tuvieron funciones utilitarias, que hoy nos resultan extrañas porque estamos acostumbrados a que el agua llegue a través de caños", comenta Schávelzon.
Pero no siempre fue así. Hasta poco después de 1880, la tierra debía ser excavada para tener agua para las tareas diarias. En 1887, la ciudad aún tenía unas 30.000 casas con pozos de agua o aljibes. "Había lugares que usaban mucha agua y que necesitaban depósitos enormes —agrega—; cualquiera que tuviera una caldera a vapor movía agua en cantidad. Y algunas de las construcciones para almacenarlas son más grandes que las que están arriba: uno baja y se encuentra con habitaciones abovedadas de 6, 7 u 8 metros de alto y se impresiona."
Y algo similar ocurría con los pozos ciegos en ausencia de desagües cloacales: "Se hacía uno y cuando se llenaba, se hacía otro. Hemos encontrado hasta 12 pozos en una misma casa, claro que construidos a lo largo de 300 años", dice.
"Por último, estaban los 'terceros', entubamientos de arroyos, como el Zanjón de Granados, que era muy molesto porque cuando crecía creaba un barrial que cortaba todas las vías de comunicación de Norte a Sur. Además, en el arroyo se tiraba la basura, pero como el agua no terminaba de llevársela se convertía en un pantano donde flotaba toda la basura. Eso obligó al municipio a realizar su entubamiento, una obra de cierta envergadura para la época."
Hoy, parte de las obras subterráneas del Zanjón de Granados o Tercero del Sur, excavadas por Schávelzon años atrás, se pueden visitar en el barrio de San Telmo (Defensa 755) restauradas por el dueño de la propiedad.
—¿Quedan muchas obras en Buenos Aires esperando ser restauradas?
—La lista es interminable... Hay trabajo para generaciones. El problema es que la destrucción va más rápido que lo que uno puede hacer. Por más que se tenga el apoyo del gobierno porteño, el dinero nunca alcanza. Y además hay un mito: si se encuentra algo en una obra en construcción y nos avisan, la obra se para. No es así. Estamos acostumbrados a hacer un trabajo de estudio en pocos días.

FANTASMAS DE BUENOS AIRES

En todas las grandes ciudades existe una abundante casuística que gira en torno a lugares donde se manifiestan espectros, presencias y voces inexplicables. Si sólo se trata de leyendas, ¿por qué sucede en algunos casos que ilustres visitantes extranjeros que nada saben sobre los antecedentes de esos lugares se convierten en testigos involuntarios de estos fenómenos paranormales?
En el número 1422 de la calle Suipacha se encuentra uno de los museos más importantes de la amplia oferta cultural que ofrece Buenos Aires: el museo de arte hispanoamericano Isaac Fernández Blanco. El solar que actualmente ocupa fue la sede de una compañía importadora de esclavos en el siglo XVII. Pero su actual imagen es obra del arquitecto Martín Noel, que en 1920 diseñó un edificio de aspecto neocolonial, combinando un jardín andaluz y balcones decorados con cerámica española. Desde 1947 alberga una importante colección de arte que incluye cuadros, esculturas y tallas de madera provenientes de América y España. El urbanismo casi agresivo del centro de la ciudad rodeó de edificios este espacio de aire decimonónico, convirtiéndolo en una especie de oasis para las almas que lo visitan, incluso para las que habitan en otros mundos.

Desde hace al menos un siglo existen referencias sobre fenómenos extraños en este museo. En 1928, el que sería presidente de EE UU, Herbert Hoover, se alojó en esta mansión durante su visita a Argentina y algunos de sus acompañantes declararon haber visto a una figura extraña merodeando por el jardín, a la vez que oían ruidos de puertas y lamentos que no les dejaban conciliar el sueño por la noche.

Dos décadas después, la mansión contigua a la principal se convirtió en la residencia del poeta Oliverio Girando y su esposa, Norah Lange. El inmueble se transformó en un centro de reunión de intelectuales y literatos de la época, algunos de los cuales afirmaron haber detectado una extraña presencia en el jardín andaluz. Ya por aquel entonces se realizaron las primeras indagaciones, a través de supuestas comunicaciones espíritas, para determinar la procedencia del espectro. Según se dijo, habría sido el de una joven de 17 años que murió de tuberculosis, un hecho documentado por los archivos parroquiales. En cualquier caso, el fantasma del museo Isaac Fernández Blanco tardaría casi medio siglo en hacer otra aparición espectacular.

A principios de 1989, la compañía de danza española dirigida por Graciela Ríos Sáiz se encontraba ensayando en los jardines del museo para una actuación, cuando se produjo un corte del suministro eléctrico en el inmueble. Las bailarinas decidieron esperar que la iluminación volviese a funcionar para reiniciar el ensayo. La directora del ballet y algunas de las chicas se quedaron en el jardín charlando, cuando vieron sobre uno de los grandes maceteros la imagen de una mujer alta y blanca, cuyo rostro no podía distinguirse bien. Su cuerpo era como de una niebla espesa, aunque no transparente. La imagen se desvaneció y apareció en otro rincón del jardín antes de desaparecer.

La propia Graciela Ríos contó su experiencia en un importante programa de la televisión argentina y el museo se convirtió en Meca de curiosos. «¡En un solo día vinieron 600 personas!», afirmó Gustavo, uno de los responsables de la programación cultural de esta institución. En cuanto a la identidad de aquella extraña figura, hay teorías para todos los gustos. El escritor León Tenembaum cree que el fantasma corresponde a un pintor que viene a reclamar la autoría de un cuadro firmado por un usurpador.

Los edificios antiguos se convierten con frecuencia en el hogar de fantasmas, como puede confirmarse consultando la literatura urbana de distintas ciudades del planeta. Y Buenos Aires no es una excepción.

Ubicado en la calle Corrientes, entre Anchorena y Agüero, el mercado del Abasto es uno de los grandes símbolos de la capital argentina. Ocupa toda una manzana y fue levantado a finales del siglo XIX, convirtiéndose en el centro neurálgico del comercio de frutas y verduras de la ciudad. Hoy es el shopping center más grande de Buenos Aires, pero aún conserva su primitivo aspecto exterior. Y aparentemente, también los fantasmas de quienes lo conocieron y frecuentaron en el pasado.

Bajo el nombre de «plaza del Zorzal», un enorme patio interior del remozado Abasto guarda el nombre de uno de sus trabajadores más emblemáticos: Carlos Gardel. Una leyenda en sí mismo, un mito del alma tanguera, unido a los cantares del arrabal porteño y a sus acordes. Gardel, «el zorzal criollo«, «el morocho del abasto», estuvo unido a este rincón de Buenos Aires hasta tal punto que hay quien asegura haber visto su fantasma paseando por los pasillos del renovado mercado del Abasto.

Guillermo Barrantes y Víctor Coviello recogen la presencia de un fantasma en el mercado del Abasto, en su libro Buenos Aires es leyenda. Flotando a unos centímetros del suelo, vestido a la usanza de la época y tocado con el característico sombrero, el espectro del «zorzal» fue visto en varias ocasiones por los pasillos del mercado, cuando se encontraba cerrado al público. Incluso la cámara de vídeo de seguridad registró en una ocasión la extraña presencia, a veces acompañada de anomalías en el sistema de sonido del shopping.

Pero si la imagen de Gardel constituye en sí misma un mito de la iconografía porteña, su voz lo es mucho más. En 2003 la voz del «morocho del Abasto» fue declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO y los «tangueros» no se cansan de repetir que «cada día canta mejor», cuando escuchan una de sus grabaciones. En el número 735 de la vecina calle Jean Jaurès aún existe la casa que compró Gardel para su madre, hoy transformada en museo. En este inmueble, especialmente durante las reformas acometidas antes de abrirlo al público, los obreros escuchaban ensayar al «morocho» cuando el sol comenzaba a ocultarse.

Junto al Abasto está la entrada a la estación «Carlos Gardel» de la línea B del Subte (Metro), donde se puede transbordar con la A, viajando por las entrañas de la ciudad. Hay que prestar mucha atención entre las estaciones Pasco y Alberti porque allí hay dos extraños personajes en una estación no menos misteriosa.

La línea A es la más antigua de Buenos Aires. Comenzó a construirse en 1913 y en ella trabajaron numerosos obreros, muchos de ellos inmigrantes indocumentados. La leyenda cuenta que en un punto entre las estaciones Pasco y Alberti, justo en el momento en que la iluminación de los vagones se apaga durante un instante, puede verse por las ventanillas el hueco de lo que fue una media estación. Un agujero excavado como si fuese a albergar una estación, pero sin acabar. Allí aparecen dos personajes, ataviados como obreros de la época en que se excavaron los túneles, inmóviles y con un aspecto que recuerda a los habitantes del mundo de los muertos, según el relato de quienes aseguran haberlos visto. La leyenda que circula por el metro de Buenos Aires dice que son los fantasmas de dos trabajadores italianos que perdieron la vida cuando se realizaban las obras de este tren subterráneo que acompaña a la avenida Rivadavia.

En la unión de las calles Perú, Presidente Julio A. Roca y Moreno se encuentra la «manzana de las luces», una zona representativa de la arquitectura y de la historia de la ciudad, en el cual se encuentra la iglesia más antigua de Buenos Aires. Este es el único lugar de la ciudad donde se pueden visitar los túneles excavados bajo tierra, cuya más antigua datación corresponde al siglo XVIII. Allí, aguzando el oído, quizá se escuchen los lamentos y quejidos del «Pozo sin fin». Los indios Quilmes, que se instalaron en esta zona luego de ser expulsados de los valles Calchaquíes, creían que existía un pozo sin fondo llamado Guruc, donde iban quienes no tenían alma. La palabra se deformó y se convirtió en «gruta», que designaba un pozo sin fondo donde residían almas en continua agonía. Su asociación con los túneles de la ciudad se debe a un tal Alves, uno de los verdugos que trabajaba para el caudillo Juan Manuel de Rosas, a mediados del siglo XIX. Alves habría decapitado a una de sus víctimas y la arrastró por uno de los túneles cuando vio un pozo que despedía mucho calor. Unos hombres ataviados con túnicas le vendaron los ojos, mientras del interior del agujero salían gritos. Éstos cesaron cuando el verdugo arrojó la bolsa al pozo, aunque nunca oyó el golpe de la caída.

Un siglo después, en ocasión de unas excavaciones realizadas a finales de los años setenta, la historia del «pozo sin fin» volvió a cobrar vida. En la recuperación de la antigua aduana, en el barrio de San Telmo, los obreros escuchaban repetidamente voces de personas quejándose en el interior de las obras. Muchos de ellos abandonaron el trabajo por el miedo que les producía aquel fenómeno.

Curiosamente, sobre el solar donde hoy se erige la casa central del Banco de la Nación Argentina existía un terreno que también fue conocido como «el pozo de las ánimas», donde antiguamente había un cementerio. Estos espectros del Banco de la Nación son un clásico de las historias de fantasmas de Buenos Aires y regularmente aparecen en los medios de comunicación de la mano de testimonios de guardias de seguridad que trabajan en este banco por la noche.

Clementina y sus duendes

Los dos grandes cementerios de la ciudad –Recoleta y Chacarita– también tienen a una misteriosa «Dama de blanco». Pero en Chacarita existe la creencia de que esta mujer espectral consigue atraer a los incautos para que la acompañen al interior del gigantesco camposanto y allí acabar con sus vidas.

Las guías turísticas de Buenos Aires destacan como punto de visita la «Torre Fantasma», en el barrio de la Boca. La leyenda sostiene que su inquilina, una pintora de nombre Clementina, residía en aquella torre en compañía de tres pequeños duendes. Muchos vecinos, al pasar por Almirante Brown, entre Wenceslao Villafañe y Benito Pérez Galdós, se persignan ante la posibilidad de que se les aparezca Clementina.

Completan el mapa de apariciones las embajadas de Alemania y Perú. En esta última, ubicada sobre la Avenida del Libertador, se oyen ruidos de los muebles que se mueven solos en el altillo. La embajada alemana está cerca de la iglesia de San Benito y es famosa porque en sus jardines rondan luces misteriosas y extraños movimientos.

Pero tal vez el fantasma más original es el de una planchadora degollada por su novio. Sobre todo porque se aparece en una plaza muy frecuentada, junto a un solar conocido como parque Lezica, que se encuentra en la avenida Rivadavia. Los vecinos del barrio Caballito aseguran haberla visto en el parque, con su plancha en la mano y sin cabeza.

Excursión a la CABA

En nuestra excursión a la CABA nosotros visitamos lugares históricos como casas o conventos importantes que se construyeron a lo largo de la historia de Argentina.
Lo primero que visitamos fue el Parque Lezama, donde tomamos fotos a esculturas de artístas famosos. En frente del parque vimos la iglesia rusa, que era muy pintoresca y también le sacacmos fotos. Luego pasamos por San Telmo y pasamos por la casa mínima que es otra casa donde vivian los esclavos que fue demolida para construir otro edificio pero finalmente se guardo para usarla como un lugar turístico.
Después pasamos por La Boca donde vimos  el estadio nacional de Boca Juniors y pasamos por lugares como el Bar Inglés y un kiosco que estaba ahí desde el siglo XXVIII y se mantuvo como lugar histórico. Visitamos lugares como Caminito, donde hay conventillos que se usaban en aquel momento para alojar gente de bajo nivel económico y esclavos trabajadores. Estos tenían una gran altura y eran empinados. En la Boca también vimos una araña gigante.
Luego visitamos la Plaza De Mayo que está rodeada de lugares interesantes como la Casa Rosada donde hoy en dia trabaja nuestra presidente, también vimos la Catedral Metropolitana, el Cabildo, El Ministerio de Economía y el Banco más antiguo del pais.
Finalmente fuimos a la Reserva Ecológica, donde hay miradores y se pueden sacar muy buenas fotos. Lamentablemente en la reserva no vimos animales, pero igualmente el viaje fue espectacular!!!